La Estación más calma

En el parqueo de la Estación II de Policía los propietarios de una motocicleta que recién se accidentó, discuten al filo de la medianoche. La mujer se oye desesperada y enojada. El hombre, que se protege del frío con una chaqueta de cuero y que esconde la mirada tras unas gafas oscuras, se oye más tranquilo. Ella, de cabello largo y alborotado, viste con una camiseta morada descolorida, unos jeans azules y unas sandalias de gancho.

La mujer explica cómo ocurrió el accidente al oficial de turno. Pero el policía, que se peina con elegancia y lleva el uniforme como si se lo acabara de poner, no está dispuesto a creer en su versión y les confisca la moto.

Una más que va a parar al parqueo donde ya hay por lo menos una docena de motocicletas.

Refunfuñan, pero firman los papeles que les extiende el policía.

“Sé que está dañado y todo, pero por lo menos le va a servir a los niños para que jueguen”, afirma, el hombre de las gafas tras recoger el casco.

El oficial de aspecto narcisista le habla al otro involucrado en el accidente. Lo despide con un “dale pues, caballo”, que huele a camaradería. El muchacho no termina de oírlo cuando ya estaba enganchado sobre su moto con el mis. Tras su salida, el agente partió a su oficina, y la sala de espera y el estacionamiento volvieron a quedarse sin gente.

Tranquilidad. Inactividad. Quietud. La tristeza, producto de un aburrimiento frustrante, predomina al igual que el frío del entorno. El impacto del viento contra unas deterioradas paredes se oyen sin esfuerzo. El ruido de los bichos, desde los terrestres hasta los voladores, atemoriza con cierta tonalidad fúnebre. Así es el ambiente de la Estación II de Policía en este jueves que acaba. Pero así parece ser aún de día. Esta delegación es considerada una de las más calmas de la ciudad. En lo que va del año solo ha muerto una persona por accidentes de tránsito, a pesar que en ese territorio se inscriben sectores como la cuesta El Plomo, y la transitada avenida de Linda Vista.

Esta delegación policial vela porque haya seguridad a lo largo y ancho de 18. 05 kilómetros cuadrados en los que se encuentran distribuidos 106 barrios, y en el que vivían 144, 538 habitantes, según datos de un censo en 2001.

Los Martínez, Acahualinca y la calle ancha que atraviesa el barrio Cristo del Rosario, son algunos de los que le roban la calma a la estación. En esa zona merodean algunas pandillas, lo mismo que una banda de motorizados se mueve en la avenida de Monseñor Lezcano.

Son 280 los policías que brindan sus servicios en este sector, pero apenas son 30 los que están de turno este jueves. Eduardo López, agente investigador, es uno de ellos. Viste con una camisa azul y con insignia cocida a la altura del pecho, un silbato colgado del cuello, un pantalón negro, una gorra azul oscuro y un par zapatos negros. Luce un poco agotado y desarreglado. Es comprensible pues su jornada laboral empezó a las siete de la mañana. Cumple con un turno de 24 horas consecutivas. Luego descansará dos días.


Sus estudios superiores en Ciencias Policiales le sirven muy poco esta noche que funge como recepcionista. Detrás del escritorio atiborrado de papeles, se muestra risueño y amigable. A toda costa, intenta no morir de aburrimiento. Sintoniza el Sportscenter, de la señal de ESPN, en un televisor que cuelga de la pared y que apenas sirve. El televisor no es lo único ruinoso. Los computadores son antiguos y están recubiertos de polvo y manchas negras. Los aires acondicionados solo funcionan como elementos de utilería. Un buzón oxidado de quejas y sugerencias se sitúa en un olvidado rincón de la sala de espera. El piso, gastado y rojizo, parece haber sido limpiado con ahínco hace ya varios días. Quedan huellas de todos los tamaños en los ladrillos.

La sala de recepción es bastante amplia. En medio hay un pequeño jardín y unas pequeñas bancas de madera adosadas a las paredes. El que no quiera sentarse puede echarle un vistazo a los murales del sitio, plagados de carteles que relatan los logros solidarios del gobernante, Daniel Ortega, y su esposa, Rosario Murillo, con su sonrisa eterna. También hay espacio para Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. Se leen unas palabras de aprecio y deseos de recuperación por sus problemas de salud.

También hay espacio para un anuncio de “Se busca”. Uno de aquellos recuerda a las películas de El Viejo Oeste en que los maleantes eran temerarios como el mismo demonio. Allí está la foto de Reynaldo Aburto Zelaya Moreno, hondureño que, fingía ser nicaragüense y estafaba y robaba a su antojo. “¡Cuidado con él”, advierte el cartel sobre todo a los empleados de Aduanas, que es donde operaba el hondureño.

En el parqueo de la estación hay una patrulla –la única con la que se cuenta durante esta noche-, una camioneta plateada de lujo, desbaratada en el lado izquierdo, y alrededor de una decena de motocicletas, de toda clase de tamaños y estilos. Tanto la camioneta como las motocicletas han sido confiscadas por el Departamento de Tránsito.

Las paradojas no faltan en esta Estación que en sus afueras exhibe un teléfono público que podría ser de gran utilidad para las llamadas de urgencia, si no fuera porque la bocina y el cable fueron arrancadas de la base del teléfono. Irónico que esto pasa en las narices de la estación policial. Tal vez sea más irónico que no funcione, porque en el fondo allí a nadie le urge utilizarlo.

Crónica urbana de Managua 24 horas (Clickear aquí para ver el resto de crónicas de este proyecto)  

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Lo celebran siendo periodistas

Hace  128 años, en Granada, cuando la pluma y el papel todavía se combinaban en la creación de majestuosas obras de artes, Rigoberto Cabezas, General representante del patriotismo puro, y Anselmo Rivas, intelectual formado en las bibliotecas, consiguieron que “El diario de Nicaragua”, periódico bajo su dirección, fuese el primer diario que, en toda la historia del país, circulará con el fin de informar y de entretener.

La trascendencia del logro, de este par de pioneros del periodismo nicaragüense, es tal que a más de un siglo de ese 1ro de marzo de 1984 –fecha en que según los historiadores fue publicado la primera edición de este diario- aún se recuerda este hecho en el Día Nacional de Periodista.  Aquel fue el comienzo de una pasión que aún continúa sintiéndose, y que presenta muchos capítulos pendientes.

Resulta inspirador imaginar el contexto en que Cabezas y Rivas comenzaron a escribir “El diario de Nicaragua”; más cautivador sería figurar la manera en que celebraron su destacado aporte a la democracia y al periodismo nicaragüense.

 Lo más probable es que tras concluir la fase de redacción y de publicación, sonrieron al sentir la satisfacción por una meta alcanzada, y de inmediato, pensaron en el esfuerzo que se les aproximaba, se preocuparon por la gente que les leería en el mañana. Una puerta se cierra, otra se abre: así es en esta labor. Su entusiasmo y talento debió prevalecer en la edición del día siguiente, y en el posterior a ése, y en el próximo, y así sucesivamente. De no ser así, su legado no sería pieza clave en la historia de la prensa nicaragüense.

 Esa fue la celebración de ambos aquel primero de marzo: reflexionar sobre la forma en que se perfeccionaría la profesión, interesarse en la opinión de la gente y tratar de mejorar la credibilidad política. Es conforme a este actuar que deben ser guiadas las actitudes periodísticas del presente.

También hay Cabezas y Rivas en este siglo

Hoy, en este siglo XXI, tiempo en que las grabadoras, los ordenadores, la señal de internet, las cámaras fotográficas, las videocámaras, los micrófonos, los equipos de alta frecuencia y los desarrollados sistemas de imprenta contribuyen al ejercicio del periodismo, surge la misma interrogante de cómo celebrar el hecho de ser periodista. Aunque los instrumentos para ejercer esta profesión han ido cambiando, la alegría con que ésta se practica no debe alterarse.

Para Xiomara Laguna, coordinadora del Proyecto Desarrollo de las capacidades del periodismo nicaragüense, el orgullo por ser periodista ha de manifestarse en la reflexión continua, tanto a nivel individual como colectivo.
“El gremio periodístico debe celebrar este primero de marzo tratando de ejercer la profesión con dignidad, con respeto a su público, y sobre todo, tratando de crear un producto de calidad”, afirmo Laguna, quien, tras una destacada trayectoria en los medios audiovisuales, decidió contribuir con la Universidad Centroamericana (UCA) en la producción de sus propias unidades independientes de comunicación.

Álvaro Navarro, periodista audiovisual de la revista televisiva Esta Semana, también considera que el Día Nacional del Periodista es un momento clave para la valoración personal. “Este día (primero de marzo) debería ser una ocasión para ver hacia atrás y reflexionar sobre lo que hacemos bien y sobre los errores que podemos cometer, para luego superarlos”, señaló Navarro, graduando en Filología y Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN).

A este par de posturas se le suma la percepción de Octavio Enríquez, redactor del semanario digital Confidencial, quien durante su trayectoria periodística ha recibido variedad de reconocimientos por sus investigaciones. “Uno celebra -todos los días- con su trabajo, nada más. Yo reflexiono en cada línea que escribo, y también, después de publicada la historia si lo que se hace es útil a sus lectores, si les informa, si los forma, si los divierte”, aseguró

Que la gente también celebre

 No obstante, el Día Nacional del Periodista no solo vincula a los practicantes de esta profesión. También involucra a todos aquellos quienes les leen, les escuchan y les observan, es decir, a la gente. Sin ellos, el periodismo no existiría, pues son ellos quienes interactúan con los mensajes, con las reflexiones, con los análisis, con la información.

Tanto Laguna como Navarro, comentaron sobre la actitud de reacción de  la gente ante la labor periodística que aprecian. “La gente debe criticar, que demanden  medios (de comunicación) comprometidos con lo ético, con el respeto de las personas con una línea editorial consecuente al desarrollo y las necesidades del país”, indico Laguna, quien también considera que la audiencia no debe actuar como cómplice de la información mediocre y amarillista.

Por otro lado, Navarro se refirió sobre la percepción positiva que debe poseer la gente al presenciar un trabajo periodístico esmerado y humano. “Quisiera que los ciudadanos respeten y reconozcan nuestro trabajo, no porque tengamos una opinión similar, sino porque lo hacemos bien”, afirmo.

Es notable que en la visión de trabajo de Laguna, de Navarro y de Enríquez, está presente el espíritu periodístico de Rivas y Cabezas. Son ellos digno ejemplo del entusiasmo, de la determinación, del esfuerzo y de la preocupación por la gente. Ellos seguirán siendo periodistas durante el primero de marzo: pensaran en su plan del día, se esforzarán por presentar un excelente trabajo, y al final del día, seguirán con deseos de mejorar en el mañana.

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Un feliz año implica 365 días en búsqueda de alegrías


Con la llegada de un nuevo año, es inevitable sentirse invadido por aquel optimismo y motivación que incita a superar todo aquel mal comportamiento presente en el último trazo de vida. En base a esto, es como surge lo que se conoce como metas personales y los objetivos de año. Cada una de ellas variará en dependencia, por supuesto, de la personalidad del individuo y del panorama que le envuelve. El desafío, claro está, es luchar por la realización de cada una de ellas. El aprovechar al máximo las virtudes y los dones con los que cuente cada ser, será necesario para obtener la satisfacción personal, y, si en esta aventura se va alimentando cada uno de esas cualidades positivas, la complacencia con uno mismo es más gratificante.
No existe un modelo a seguir para el planteamiento de las metas. Tampoco es una ley que el primero de cada año, la lista de tareas pendientes esté definida y de lo más clara. El deseo por un cambio puede llegar en cualquier otro momento del año. De igual manera ocurre con el momento dedicado a la reflexión. Puede que sea un 8 de mayo, un 10 de agosto o un 23 de octubre, cuando uno sienta las ansias por conseguir su elemento y/o estado anhelado.
No hay dudas de que la felicidad es el estado a alcanzar. Por ello, las metas y los objetivos deben ser planteadas en función a ser feliz, y en el caso de ya serlo, a adquirir todavía mayor ventura. En esta vida, siempre habrá oportunidades para sonreír con mayor encanto. Metas como adelgazar, cambiar de vestuario, pertenecer a un determinado grupo social y volverse más popular en la escuela, deben estar en un último plano, ya que estas no traerían consigo una verdadera dicha. Después de todo, es la alegría absoluta por lo que se debe luchar en esta vida. Un combate en donde se tendrá batallas en cada día a día, y las armas que han de utilizarse para triunfar serán los sentimientos de la esperanza, del valor, de la bondad, de la sinceridad, del amor, de la amistad…
El luchar contra las manecillas del reloj no es del todo correcto, ya que de esta manera, surge la presión, la decepción y el estrés al no cumplir tales metas en un determinado tiempo. No hay que obsesionarse con la idea de ser feliz, de ser así, se atraerá todo lo opuesto: la desesperación, la frustración, la tristeza y el miedo. A Dios le agrada que cumplamos nuestros sueños y aspiraciones, y es por ello, que siempre nos regala un mañana para luchar por ellos, siempre y cuando manifestemos entusiasmo e interés en nuestro actuar. Quizá en este comienzo de año tengamos las mismas metas que hace un año nos propusimos, o es probable, que en el 2013 los objetivos que ostentemos sean los mismos del 2012. De ser así, no lo tomemos como un fracaso, sino como un triunfo, al continuar todavía con esperanzas de luchar por nuestros anhelos. Para algunos alcanzar la felicidad puede llevar un día, para otros puede tomarse más de 365.
La manera en que se emprenda esta aventura es distinta tanto en uno como en otros, pues el bienestar de uno en ocasiones no es el bienestar de otros. Aunque, vale aclarar que la felicidad en solitario no existe, puesto que esta siempre vendrá compartida. Tan mágica es esta emoción que tiene la habilidad de expandirse con facilidad entre los amigos.

Para Ale, estudiante quien cursa sus últimos meses en la Universidad y quien está a punto de ser por primera vez mamá, su felicidad está vinculada con los sentimientos del amor conyugal y del materno. “Mi felicidad se basará en tener un trabajo estable, una buena relación tanto con mi familia como con mi futuro esposo, y poder lograr cada uno de los objetivos que me proponga en el año, por más pequeños que sean, y sobre todo, que mi beba tenga todo lo que necesita, y sobre todo, amor”, fue lo que dijo al preguntarle sobre sus metas en este 2012.

Para el bien suyo, todo este que ha mencionado le traerá lo que realmente desea: ¡Ser feliz! Del mismo modo, su bienestar también se expenderá a otros y otras: a su hija, su hermano, su pareja y su madre. “Hasta lo imposible haré… no voy a darme por vencida ante nada”, dijo Ale, al referirse sobre qué haría para conseguir su feliz año. Tengo la certeza de que cumplirá sus metas y objetivos, pues su entusiasmo, su bondad y su esperanza le delata. Su espíritu de lucha es notable.

Por otro lado, los objetivos de Alisson, estudiante quien en este 2012 cursará su último año en la secundaria, son de otra índole, aunque de igual forma están vinculados con los deseos de superación interna. El aprendizaje es otro de los medios que te permite llegar a ser feliz. Como se ha dicho, los factores de la edad, el sexo, la personalidad y el entorno social hacen variar la planeación de metas. “Pues, bachillerarme con un buen promedio y entregar pabellones por Excelencia Académica, si Dios quiere; estudiar muchísimo para mi examen de admisión en la Universidad (tal vez en la Unan, Leon) y pues tratar de clasificar en mi primera opción (Medicina)”, fueron sus palabras al interrogarle sobre  cuál será su felicidad en este año que ha recién empezado.

Así como ha hecho Alisson, todos debemos ser precisos en los detalles que harán posible nuestra meta. He aquí donde tienen lugar los objetivos (que serían los pequeños pasos que harían posible el recorrido de nuestro trayecto) y los instrumentos (es decir, aquellas habilidades y actitudes que serán trascendentales en el cumplimiento de lo deseado). Según el análisis apropiado de este par de elementos, será más viable cruzar la meta.

“Me voy a esforzar muchísimo, enfocarme únicamente en mis clases, y no distraerme con ninguna cosa”, concluyó Alisson. Ante esto, el esfuerzo ocuparía el papel de un instrumento, mientras que el enfocarse en las clases sería uno de sus objetivos. A esto le agrego que su motivación y sus habilidades intelectuales, también formarían parte de su arsenal. Con tales elementos a su favor, no dudo que llegue a conseguir su meta.

Ahora, es el turno de hablar de las metas de este principito. El seguir en búsqueda de la felicidad y del estado de paz, es la principal (y creo que la única). Para ello, continuaré haciendo todo aquello que me trae alegrías y aprendizaje. El seguir escribiendo en este diario, con la intención de aumentar mis virtudes y tratar de construir un mundo mejor, ayudará a mi causa. El compartir con mis amigos y mis amigas la diversidad de emociones que ofrece la vida, será otros de mis objetivos. El identificar a Dios en cada uno de mis semejantes y de mis acciones, será un pieza valiosa en la construcción de mi bienestar. El eliminar los tantos defectos que me hacen actuar contrario a un principito, me permitirá ser un mejor hijo, un mejor hermano, un mejor compañero, un mejor estudiante, un mejor soñador…

 Son muchos los objetivos que debo cumplir para llegar a mi anhelada meta; conforme continúe escribiendo en este diario, los iré descubriendo con mayor claridad. Espero que en este año continúe construyendo, con quienes comparto estas palabras, una envidiable amistad. Deseo, que cada uno de ustedes, disfrute de ¡Un feliz año!, disfruten 366 días (al ser un año bisiesto) alegres.

Me despido compartiéndoles una de las canciones que estuvo sonando en mi mente durante todo el primero de enero (y seguiré escuchándola el resto del año). Se trata de una composición de Chespirito, en donde nos regala la clave para ser verdaderos campeones. Yo, segundo a segundo, trato de tener muy en cuenta su reconfortante mensaje.

Campeón 


Si alguna vez has querido, llegar a ser un campeón,
jamás te des por vencido, puedes hacerlo, pon mucha atención.
Tan solo se necesita luchar con fe, siempre con fe.
Si quieren más detalles, síganme los buenos, síganme los buenos y les contaré.

Con alegría vivir... "vivir".
Con entusiasmo luchar... "luchar".
Hacer las cosas de veras con el corazón.
Con toda el alma querer... "querer".
Con entusiasmo probar... "probar".
Solo con fe te podrás convertir en campeón.

No hace falta la suerte, ni la recomendación;
No hace falta ser fuerte, ni grande, ni guapo de gesto matón;
No hace falta en resumen, ser Goliat, ni ser Sansón.
Si quieren más detalles, síganme los buenos, síganme los buenos, pongan atención.

Con alegría vivir... "vivir".
Con entusiasmo luchar... "luchar".
Hacer las cosas de veras con el corazón.
Con toda el alma querer... "querer".
Con entusiasmo probar... "probar".
Solo con fe te podrás convertir en campeón.

(Roberto Gómez Bolaños)



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El nacimiento está más pequeño


Esta víspera navideña ha sido diferente de cómo solía ser en años anteriores. En aquel distante pasado, cuando mayor juventud irradiaba en mi hogar, la llegada de la Noche Buena traía consigo una felicidad de lo más placentera. De aquellas que hacen olvidar todo tipo de problemas, que involucran los ámbitos de salud, de economía, de relaciones afectivas o de cualquier otra índole. En aquel entonces, era más sencillo dejarse llevar por el amor y por la paz que traía consigo Jesús en su nacimiento. Ahora, desde mis padres hasta mi persona, el más pequeño de todos, se ha ido perdiendo el espíritu navideño.
Cuando mi hermano y yo navegábamos en los mundos de la imaginación, en nuestro quehacer como todo niño, el mes de diciembre era el momento en que los placeres en familias y las melancolías reflexivas se apoderaban de mi familia. Es un hecho que cuando hay algún niño que habite en el hogar hay mayor acceso para que la paz y la felicidad entre en la vida de sus habitantes.
El árbol navideño, tan luminoso como una lluvia estelar, por poco y tocaba el techo de la casa. Alguna vez desee escalarlo en busca de la estrella del pico. En sus raíces yacían las estatuillas de yeso que  esperaban la medianoche del 24 de diciembre para poder adorar al Niño Dios. Las cajas de cartón envueltas con papel kraft, simulaban las elevaciones rocosas de aquel antiguo Israel, y unas chozas en miniatura, elaboradas de paja y de madera, eran las casetas en que descansaban José y María. Había esmero en adornar esta representación bíblica, aunque yo no recuerdo que alguna vez hubiese ayudado. Para ser franco, nunca trabajamos juntos los seis miembros de la familia. Aún así, yo sentía tan mío aquello que veía, y después de todo, de alguna manera colaboraba, al hacer que mis juguetes se animasen a ir a Belén. Fue así como los pastorcillos, los reyes magos y los ángeles iban acompañados de mis pokémones, mis digimones, mis personajes de Disney y demás juguetes. Tanto los unos como los otros se entusiasmaban por ver al Mesías, o al menos, eso era lo que mi imaginación me hacía pensar. A estos mismo personajes, me encantaba verlos en los especiales navideños que se transmitían por la televisión. Ver al Pikachu y al Mickey Mouse vestidos con su traje navideño, viviendo una feliz navidad junto a sus amigos, me resultaba estupendo. Y cómo olvidar que por las noches, la perrita de mi mamá, “Princesa”, vigilaba (mientras dormía) a cada uno de ellos. Ella también creía en la Navidad. Todos creíamos con ahínco. Es que ¡el nacimiento estaba muy grande!
En el resto de la casa, las luces multicolores también radiaban con esa rapidez hipnotizadora y enceguedora.  Las ventanas ya no solo eran cristales, sino que parecían  puertas al mundo de lo brillante. Hasta los árboles naturales del jardín eran decorados con  esta belleza artificial que para nada opacaba la auténtica que ya poseían. La noche ya no era noche, sino que se convertía en día. Poco espacio había para la oscuridad, y menos en nuestros corazones.
La cena del 25 era preparada con una adecuada anticipación, y los platillos eran más que deliciosos. Iban desde gallina hasta relleno.  ¡Vaya que mi madre cocinaba con amor! Eso sí, se comía cuando el reloj marcase las 12:00 am y luego de que nos hubiésemos deseado una ¡Feliz Navidad! y de haber colocado en el pesebre la imagen preciosa del Niño Dios. Era una ley.
El tradicional juego del Amigo Secreto era otra de las alegrías navideñas. En la recta final de estas navidades felices, mi hermano y yo empezamos a participar con nuestros propios ahorros. Nunca escuche un quejido de que “ese regalo no me gustó”. Éramos buenos amigos. Siempre teníamos la curiosidad por saber que contenía la caja en que se guardaba nuestro regalo. Pasábamos horas y horas sentados en el suelo, contemplando todos los paquetes. Imaginábamos, luego de agitarlo varias veces, qué era lo que contenía. Y luego de abrirlos y de no decepcionarnos por nuestro nuevo juguete, pasábamos más horas sentados en el piso, jugando hasta con los papelillos. En el fondo, yo siempre sabía que tenía que agradecer a la Santa Claus de mi mamá y al Santa Claus de mi papá, y por supuesto, debía agradecer a Dios por llenar a mi familia de tantas bendiciones. “¡Gracias, Dios, por el relleno que comimos, por los bonitos regalos, por estar esta navidad con mi familia, por dejarme vivir en un hogar!”, debí haber dicho en mis oraciones nocturnas.
¡Esa era mi Noche Buena muy Buena!
Quizá piensen que de niño yo creía en una Navidad comercializada, en la época del comprar y del comer, pero no es así. Y eso que no mencioné al muñeco bailarín de Santa Claus que era colocado en el centro de la sala. No creo que fuese de relevancia haber hecho una buena referencia de este pobre barbudo, víctima de las ambiciones norteamericanas. En fin, para mí todos estos detalles que mis padres hacían para generar un mejor ambiente navideño lo veo muy positivo. Porque su intención era generar alegría en mi hermano y en mí, y acaso ¿no es esto una de las formas que debe esperarse la llegada de la Noche Buena: Generando alegría en el prójimo? Compartíamos una cena junta, llena de ese amor fraterno. Si bien critiqué todos estos lujos en ¿Quién seremos en esta Navidad?, fue porque en el caso que yo mencioné tenían otro fin: el de presumir riquezas entre los vecinos. En mi caso, el fin de mi familia era generar un ambiente acogedor para José, María y su niñito. Actuábamos como una familia.
Para mi lamento, conforme ha pasado el tiempo, conforme mi hermano y yo hemos estado creciendo para los adultos, la Navidad ya no significa esta alegría que he descrito. La Navidad ya no es tan feliz y la Noche no es tan buena. Es por eso que he titulado esta reflexión con ese “el nacimiento está más pequeño”. La realidad de este presente es que cada vez hay menos estatuillas en el pesebre de mi casa, ya no están ni los pokémones ni los patos Donald. Este es colocado tan solo unos cuantos días antes del 25 de diciembre. Es más, hubo una vez que este fue decorado el mismo 24 de diciembre. Para mayor tristeza, nunca arreglamos estos detalles en familia. O lo hace uno o lo hace el otro, pero no con una verdadera unión fraterna. Las luces cada vez son menos, habiendo mayor terreno para que la oscuridad se difunda.  La comida ya no se cocina con tanto amor, y mientras esperamos la media noche no estamos tan llenos de esperanza y de paz. Ni siquiera tenemos el detalle de regalarnos algún presente afectivo; el papel de envolver  casi no lo usamos. Yo ya ni me animo a ir a las novenas del Niño Dios en la Iglesia, a las que en mi niñez frecuentaba con gran entusiasmo durante las madrugadas. Todos, sin excepción alguna, hemos cambiado. Hemos dejado que el espíritu navideño desaparezca. ¿La razón? La primera que se viene a mi mente es porque ya no hay niños en el hogar, y la segunda, es que mis padres se han dejado llevar por sus problemas humanos. No obstante, la que temo que sea la más probable, es que ya no creemos en la magia milagrosa del Niño Dios, ya no queremos formar parte de su nacimiento. Espero que esta última no sea la razón.
Vale aclarar que lo que extraño no son las luces ni los regalos y mucho menos la comida. Lo que me hace falta es la unión familiar que adquiríamos durante esta época. Lo que deseo que vuelva es la paz y la felicidad (sí, vuelvo a repetir este par de palabras). Quiero que retomemos nuestro camino hacia Belén, que sepamos reconocer la estrella del Cielo que nos conducirá a Jesús. Yo sé que no solo mi familia está experimentado esto, puesto que hay muchos que ya no le toman tanto significado a la Navidad. Reaccionemos todos y evitemos que “el nacimiento esté más pequeño”.


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Guayo, “Guaro”: Sangre blanca, con sabor a ron


El polvo se adhería a mis zapatos, mientras caminaba por un estrecho pasillo de tierra. Mi destino era la fiesta de Graduación de mi prima; mi localización, Tipitapa, “el lugar de los petates de tierra”.  En la noche de ese gélido domingo de diciembre, sería testigo de cómo la amistad, el licor y la pasión por el fútbol  se mezclarían en una fórmula que, hoy en día, es el estilo de vida de muchos.
 Acudí a este evento movido por la cortesía que existe entre los familiares (aún cuando no hay demasiado sentimiento afectivo) y por la falta de valor para rechazar tal oferta. Lo de los bailes extravagantes, el ruido excesivo y el emborrachamiento no es lo mío. Supuse que todo esto lo encontraría allí, aunque, en esta ocasión, había uno que resaltaba más que los otros: el guaro.
Ya en la fiesta, lo primero que hice fue saludar a mi prima, quien, en su apuro de anfitriona,  me llevó directamente al núcleo de la “diversión”. Atravesé una improvisada pista de baile donde la música urbana era lo que sonaba, mientras solo un par de personas eran los bailarines. Cuando llegué al punto de reunión, fui presentado ante todos, y hecho esto, mi prima se fue para coordinar otros asuntos más importantes. Tanto ella como yo lo queríamos así. Me senté junto a la mesa donde unos 10 jóvenes (según mis rápidos cálculos) eran los invitados a la fiesta. Todo eran varones y tenían más o menos mi edad. Solo quedaba esperar a que alguna conversación iniciara, ya sea al ser yo quien hablase primero o al ser ellos. Esto último era lo más probable.
Entonces maje, ¡bienvenido! No te preocupés aquí somos broders muy buenas ondas —me dijo uno de mis acompañantes, mientras yo empezaba a saludar a cada uno con un choque de puños o un apretón de manos. En efecto, pude notar que radiaba amistad en cada uno de ellos—. Aquí tenemos de sobra el guaro por si te querés servir. ¿Vos tomás?
—No, yo no tomo —dije con cierta serenidad, mientras observaba que en la mesa solo había botellas de ron y varias cajillas de cigarrillo. Unas gotas de jugo de naranja eran el otro ingrediente que complementaba el trago de agua ardiente.
Pensé que mis acompañantes me recriminarían mi política de “No fumo, no bebo, no me drogo. ¿Mi adicción? Las letras”, pero no fue así. Me demostraron lo tolerante y respetuoso que son de las ideas ajenas.
—No importa, aquí respetamos eso. Igual la podes pasar bien —me dijo uno de ellos quien parecía ser el capitán entre sus amigos— Pero sí te gusta el futbol, ¿verdad?
Respondí afirmativo ante esta interrogante. Al igual que ellos, el futbol no solo me gusta,  me apasiona.
—¿A quién le vas al Barsa o la Madrid?
—Pues, yo le voy al Barcelona, al mismo que ayer ganó el clásico —respondí. Por cierto, ese sábado anterior se había jugado el derbi español en donde el Real Madrid perdió ante el Barcelona por 3 goles a 1.
—Aquí la mayoría le vamos al Real Madrid, aunque perdamos —dijo el mismo interlocutor anterior— porque mi corazón es blanco y mi sangre es…
—¡…Blanca! —respondieron los demás, en lo que era una manifestación de euforia merengue. Gritos de ¡Hala Madrid! fueron entonados. Vale destacar que también llevaban en sus venas al licor, lo que les aumentaba su fanatismo y su orgullo.
Ciertamente, llevaba un mal comienzo en mi proceso de adaptación a esta fiesta. No tomaba como ellos ni era madridista apasionado como ellos. Aún así, ellos fueron tolerantes en este par de aspectos, y el hecho de que a todos no encantará el futbol, favoreció al desarrollo de los diálogos. Después de todo,  la pasión por este elimina las barreras y las fronteras. Pasamos gran parte del evento refiriéndonos a trivialidades sobre el “deporte que no se juega, sino simplemente con el corazón”. Hablamos desde el Ronaldinho sonriente del 2005, el merengue naranja del 2007 hasta quienes eran los mejores porteros de la actualidad y de tiempo atrás. Todo esto ocurría, mientras ellos se llenaban del mísero “caballito”, y uno que otro iba a reanimarse en la pista de baile. En realidad, solo había un par de muchachas que estuviesen dispuestas a ir a “mover el bote”.
Guayo, “Guaro”, quien era la voz mayor entre sus amigos, fue el más charlador en esa noche. Detecté que este era su seudónimo, porque era así como le llamaban sus amigos cuando se servía un trago bien cargado de ese veneno conocido como guaro. Él era un tipo delgado y  algo alto, que con su vestimenta formal y  con su copete bien arreglado disimulaba cualquier estado de embriaguez. Supuse que encontraría algo interesante en sus palabras, por lo que usé mi par de oídos para escuchar el doble de lo que emitiese mi boca. Mientras él platicaba, yo solo asentía con mi cabeza y era lo más atento posible.
Sabes prick, aquí donde ves todos somos perros al guaro, pero sobre todo eso, nunca olvidamos nuestra amistad —me dijo Guayo, “Guaro”, cuando los efectos del alcohol ya lo empezaban a sincerar—. Mis verdaderos amigazos son el Chele, Carlitos y José.
Señaló a cada uno de estos tres individuos, y llamó a José para que se le acercase. Este último era el que estaba más sobrio, y también parecía ser el cerebro del grupo: Tomó poquísimo esa noche, para poder llevar las cuentas de los tragos de los demás, y  luego reírse de las ridiculeces que hacían en su estado de ebriedad. Tenía su pizca de regordete y un semblante de buena persona.
—¡Uy sí! Este es más que broder mío —dijo José, tras saber por qué su presencia se le era solicitada—. Nosotros hemos amanecido juntos. Así somos. El puede llegar a mi  casa y si quiere dormir, yo lo mandó al sofá con toda confianza. Yo igual me voy a rolearme a su hamaca.
—¡Ah, pero te acordás la vez que anduvimos seis meses sin hablarnos! —continuó Guayo, quien todavía sonreía por las palabras anteriores de su amigo—. Hasta a catos nos agarramos en una de esas.
—Este maje supuestamente dice que me metió un turc***, pero ¡qué va a ser, nada fue lo que sentí! —respondió José, quien presumía indirectamente su condición de fortachón—. Además acordate que solo fueron como dos meses. No estés de inventor.
De esta manera, empezaron una pequeña discusión sobre cuánto tiempo estuvieron sin hablarse. Por fortuna, esta no terminó en los golpes, ya que los servicios de José fueron solicitados en otra parte de la fiesta. Debía ayudar a levantar a uno de sus amigos, que se había caído al piso bajo los efectos del alcohol. José, el más sobrio y el más fortachón entre todos los presentes, era el indicado para esta tarea.
—No le hagas caso. En verdad fueron seis meses, nada más que él no se acuerda bien —dijo Guayo, con la convicción que tienen aquellos que se creen los dueños de la última palabra.
Tras esto, Guayo me contó la vez que consiguió mayúsculos problemas con su padrastro, luego de una zanganada que hizo con José, en una de sus aventuras de compinches del alma.
—La otra vez agarramos sin permiso el carro de mi padrastro y lo anduve con José por toda Tipitapa. Lo dejamos sin una sola gota de gasolina, y por casita nos multan. Eso sí, lo disfrutamos de humo —dijo, sintiéndose orgulloso por su hazaña—. Y para colmo, a la mañana siguiente cuando mi padrastro anduvo peguntando por su carro, yo de cara de tubo le dije que no sabía de qué hablaba.
Guayo tuvo que frenar de contar sus historias, cuando su presencia se le era solicitada en la pista de baile. Debía bailar con mi prima, mientras yo me queda en lo solitario hasta que Alfredo, otro de los fiesteros merengues, me empezó a platicar.
—¡Ideay! Y por qué estás tan solo y seco —me dijo, mientras su mal aliento a guaro se estrellaba en mis narices— ¿No tomas?
Al saber sobre mi disciplina contra el licor, me respondió con una señal de visto bueno en sus dedos:
—Está bueno que seas así porque así vas a conseguir buenas jañas
—Ve, ¿Acaso ustedes no consiguen?
—Mirá, vos sabes que el amor es como la muerte, que te llega de repente —me dijo, con esa entonación filosófica que adquieren los borrachos cuando su cerebro ya empieza a expulsar todas sus ideas.
Dicho esto, Alfredo se retiró de manera repentina de la mesa. Quizá se le había olvidado que hablaba conmigo, luego de ir a servirse uno de sus tantos tragos. Vale destacar, que lo último que me dijo fue aquella expresión que ya había escuchado más de una vez durante esa noche: “Si te fijas, aquí todos somos borrachos, pero grandes amigos”. Como ya no volveré a mencionarlo en este relato, vale la pena aclarar que su paradero en el resto de aquel domingo fue tomar y tomar más licor, y a la vez, fingía ser un bailarín reguetonero y un payaso experto en ridiculeces.
Estuve apenas unos segundos en la soledad, pues Guayo ya había regresado, dispuesto a continuar con sus palabras. Aunque, esta vez se referiría a otros temas. Cada vez que tomaba más guaro, se volvía más sincero y abierto a revelar sus ideas. Habló primero sobre el tatuaje maya que ser haría en su espalda, ya que tendría verdadera cultura en su piel. Luego, cuando le pregunté sobre qué carrera estudiaba, supe la realidad que llega a vivir un joven alcohólico, amistoso y bacanalero.
Pues, yo he estudiado todas las carreras, pero nunca he pasado del primer año —dijo, mientras aceptaba su realidad con una pausada risa—. Lo primero que estudie fue Ingeniería en Sistemas, pero me salí porque no me convencía: no me gustaba. Y sabes, aunque hoy mi hermana ya sea una Ingeniera, yo no lamento haberme salido.
—¿Y qué estás estudiando ahorita?
—Ahorita nada, solo estoy trabajando en la Zona Franca donde gano 1800 pesos a la semana —respondió Guayo, orgulloso de ganarse la vida mediante un empleo digno—. De eso, le doy 800 a mi mamá porque uno tiene que reconocer lo que hace una madre.
—¿Y vas a volver a estudiar?
—Sí, pienso regresar a estudiar el otro año Banca y Finanzas, la última carrera que estudié —dijo con palabras muy entusiastas—. Esta sí que me gustaba.
—¿Y por qué te salistes? —le pregunté, mientras me interesaba cada vez más en el tema.
Vos sabes que uno se desmotiva cuando le dicen: “mira ya no tenemos más riales para estarte pagando, así que ya no vas a seguir” —dijo, con una entonación bastante conmovedora—. A mí me dolió eso porque yo me estaba esforzando en las clases; hasta había conseguido pasar la clase de Contabilidad con un 98, ¡un 98!, y otra clase que no me acuerdo cómo se llama con un 86. Hubieras visto como se alegró mi mamá cuando vio aquellas notas. Pero, ni modo.
—Así es, ¡mala onda!, pero seguí adelante.
—Yo en mis clases era serio —continuó— es cierto que me podes ver aquí de bacanalero, pero lo que eran clases, eran clases. De lunes a viernes estudiaba, y los fines de semana me iba con mis amigos. Me emborrachaba hasta más no poder. Así soy yo. Eso sí, a lo único a lo que no le hago es a la nieve, ¿Sabes qué es eso?
—Es la cocaína —respondí con la inseguridad de un inexperto en esos temas. Para mi sorpresa, mi deducción había sido certera.
—¡Correcto! No la tomo, porque cuando lo hice estuve a punto de morir con lo se conoce como “la muerte blanca”. Esa vez,  me desmayé, convulsioné, y vierás como se preocuparon mis broders. Por suerte sobreviví —dijo Guayo, mientras disfrutaba el licor que ingería—. De ahí en adelante, ni quiero verla, y mis amigos como ya lo saben, no me la ofrecen. Yo puede consumirte marihuana o mota, pero la nieve, negra.
Luego de este testimonio, yo solo pensaba y pensaba en lo que decía. Fue así como hubo por un momento un silencio entre nosotros, y de esta manera, escuchábamos la música que provenía del salón de baile. A causa de lo terrible que oíamos, se reanudó la conversación.
—¡Qué música más horrible! No hay como la de Enrique Bunbury o la de Gustavo Cerati —dijo Guayo, denotando gran afición por este par de cantautores.
—¿Cuál es la canción que más te gusta? —le pregunté.
Alicia. Alicia, porque simboliza mi fantasía —respondió de inmediato, sin pensarla dos veces. Ante su respuesta, sentí los deseos de escuchar cuando pudiese esta canción. Luego de hacerlo, comprendí el verdadero enigma que representa esta melodía.
—Así debe de llamarse tu jaña, ¿verdad?
—No, que va. Mi novia se llama se llama Claudia, y en febrero me caso con ella. Me caso porque la adoro —la serenidad con que había dicho estas palabras, llegó a sorprenderme un poco—. Yo siempre la he adorado, a pesar de lo que ocurrió la otra vez
—¿Qué fue lo que paso? —fue la pregunta, no mía, sino de mi curiosidad.
—La regué completamente. Luego de que cortáramos por una tontería, yo en mi desesperación y completamente bolo, fui a una fiesta en donde ella estaba, y en frente todo mundo la humillé horriblemente. “Sos una m***”, así le dije. —era notable la vergüenza que sentía Guayo al decir esto—. ¡Todo es una larga historia! Lo bueno es que regresamos y que en enero le pido matrimonio, y en febrero nos casamos.
Estas fueron las últimas palabras que escucharía de Guayo, ya que mi retirada había llegado de manera imprevista. Debía irme, sin saber todos lo destalles de su matrimonio. Lo último que le dije fueron unos buenos deseos en su futuro, a lo que él respondió que gracias. Así de rápida fue mi despedida. Un largo viaje me esperaba de Tipitapa a Managua, y en el transcurso de este, solo pensaba en escribir estas palabras, y de tal forma, comunicarles cómo es la vida de un chavalo que sumergido en los males del alcohol, cree todavía en el amor y la amistad.
Nunca sabré con exactitud si Guayo, “Guaro” me estaba matizando con lo de su matrimonio o con sus historias anteriores. Yo confío en sus palabras, y espero que ustedes también. Que no sea expulsado como lo fue Alicia en el País de las Maravillas.


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