El nacimiento está más pequeño


Esta víspera navideña ha sido diferente de cómo solía ser en años anteriores. En aquel distante pasado, cuando mayor juventud irradiaba en mi hogar, la llegada de la Noche Buena traía consigo una felicidad de lo más placentera. De aquellas que hacen olvidar todo tipo de problemas, que involucran los ámbitos de salud, de economía, de relaciones afectivas o de cualquier otra índole. En aquel entonces, era más sencillo dejarse llevar por el amor y por la paz que traía consigo Jesús en su nacimiento. Ahora, desde mis padres hasta mi persona, el más pequeño de todos, se ha ido perdiendo el espíritu navideño.
Cuando mi hermano y yo navegábamos en los mundos de la imaginación, en nuestro quehacer como todo niño, el mes de diciembre era el momento en que los placeres en familias y las melancolías reflexivas se apoderaban de mi familia. Es un hecho que cuando hay algún niño que habite en el hogar hay mayor acceso para que la paz y la felicidad entre en la vida de sus habitantes.
El árbol navideño, tan luminoso como una lluvia estelar, por poco y tocaba el techo de la casa. Alguna vez desee escalarlo en busca de la estrella del pico. En sus raíces yacían las estatuillas de yeso que  esperaban la medianoche del 24 de diciembre para poder adorar al Niño Dios. Las cajas de cartón envueltas con papel kraft, simulaban las elevaciones rocosas de aquel antiguo Israel, y unas chozas en miniatura, elaboradas de paja y de madera, eran las casetas en que descansaban José y María. Había esmero en adornar esta representación bíblica, aunque yo no recuerdo que alguna vez hubiese ayudado. Para ser franco, nunca trabajamos juntos los seis miembros de la familia. Aún así, yo sentía tan mío aquello que veía, y después de todo, de alguna manera colaboraba, al hacer que mis juguetes se animasen a ir a Belén. Fue así como los pastorcillos, los reyes magos y los ángeles iban acompañados de mis pokémones, mis digimones, mis personajes de Disney y demás juguetes. Tanto los unos como los otros se entusiasmaban por ver al Mesías, o al menos, eso era lo que mi imaginación me hacía pensar. A estos mismo personajes, me encantaba verlos en los especiales navideños que se transmitían por la televisión. Ver al Pikachu y al Mickey Mouse vestidos con su traje navideño, viviendo una feliz navidad junto a sus amigos, me resultaba estupendo. Y cómo olvidar que por las noches, la perrita de mi mamá, “Princesa”, vigilaba (mientras dormía) a cada uno de ellos. Ella también creía en la Navidad. Todos creíamos con ahínco. Es que ¡el nacimiento estaba muy grande!
En el resto de la casa, las luces multicolores también radiaban con esa rapidez hipnotizadora y enceguedora.  Las ventanas ya no solo eran cristales, sino que parecían  puertas al mundo de lo brillante. Hasta los árboles naturales del jardín eran decorados con  esta belleza artificial que para nada opacaba la auténtica que ya poseían. La noche ya no era noche, sino que se convertía en día. Poco espacio había para la oscuridad, y menos en nuestros corazones.
La cena del 25 era preparada con una adecuada anticipación, y los platillos eran más que deliciosos. Iban desde gallina hasta relleno.  ¡Vaya que mi madre cocinaba con amor! Eso sí, se comía cuando el reloj marcase las 12:00 am y luego de que nos hubiésemos deseado una ¡Feliz Navidad! y de haber colocado en el pesebre la imagen preciosa del Niño Dios. Era una ley.
El tradicional juego del Amigo Secreto era otra de las alegrías navideñas. En la recta final de estas navidades felices, mi hermano y yo empezamos a participar con nuestros propios ahorros. Nunca escuche un quejido de que “ese regalo no me gustó”. Éramos buenos amigos. Siempre teníamos la curiosidad por saber que contenía la caja en que se guardaba nuestro regalo. Pasábamos horas y horas sentados en el suelo, contemplando todos los paquetes. Imaginábamos, luego de agitarlo varias veces, qué era lo que contenía. Y luego de abrirlos y de no decepcionarnos por nuestro nuevo juguete, pasábamos más horas sentados en el piso, jugando hasta con los papelillos. En el fondo, yo siempre sabía que tenía que agradecer a la Santa Claus de mi mamá y al Santa Claus de mi papá, y por supuesto, debía agradecer a Dios por llenar a mi familia de tantas bendiciones. “¡Gracias, Dios, por el relleno que comimos, por los bonitos regalos, por estar esta navidad con mi familia, por dejarme vivir en un hogar!”, debí haber dicho en mis oraciones nocturnas.
¡Esa era mi Noche Buena muy Buena!
Quizá piensen que de niño yo creía en una Navidad comercializada, en la época del comprar y del comer, pero no es así. Y eso que no mencioné al muñeco bailarín de Santa Claus que era colocado en el centro de la sala. No creo que fuese de relevancia haber hecho una buena referencia de este pobre barbudo, víctima de las ambiciones norteamericanas. En fin, para mí todos estos detalles que mis padres hacían para generar un mejor ambiente navideño lo veo muy positivo. Porque su intención era generar alegría en mi hermano y en mí, y acaso ¿no es esto una de las formas que debe esperarse la llegada de la Noche Buena: Generando alegría en el prójimo? Compartíamos una cena junta, llena de ese amor fraterno. Si bien critiqué todos estos lujos en ¿Quién seremos en esta Navidad?, fue porque en el caso que yo mencioné tenían otro fin: el de presumir riquezas entre los vecinos. En mi caso, el fin de mi familia era generar un ambiente acogedor para José, María y su niñito. Actuábamos como una familia.
Para mi lamento, conforme ha pasado el tiempo, conforme mi hermano y yo hemos estado creciendo para los adultos, la Navidad ya no significa esta alegría que he descrito. La Navidad ya no es tan feliz y la Noche no es tan buena. Es por eso que he titulado esta reflexión con ese “el nacimiento está más pequeño”. La realidad de este presente es que cada vez hay menos estatuillas en el pesebre de mi casa, ya no están ni los pokémones ni los patos Donald. Este es colocado tan solo unos cuantos días antes del 25 de diciembre. Es más, hubo una vez que este fue decorado el mismo 24 de diciembre. Para mayor tristeza, nunca arreglamos estos detalles en familia. O lo hace uno o lo hace el otro, pero no con una verdadera unión fraterna. Las luces cada vez son menos, habiendo mayor terreno para que la oscuridad se difunda.  La comida ya no se cocina con tanto amor, y mientras esperamos la media noche no estamos tan llenos de esperanza y de paz. Ni siquiera tenemos el detalle de regalarnos algún presente afectivo; el papel de envolver  casi no lo usamos. Yo ya ni me animo a ir a las novenas del Niño Dios en la Iglesia, a las que en mi niñez frecuentaba con gran entusiasmo durante las madrugadas. Todos, sin excepción alguna, hemos cambiado. Hemos dejado que el espíritu navideño desaparezca. ¿La razón? La primera que se viene a mi mente es porque ya no hay niños en el hogar, y la segunda, es que mis padres se han dejado llevar por sus problemas humanos. No obstante, la que temo que sea la más probable, es que ya no creemos en la magia milagrosa del Niño Dios, ya no queremos formar parte de su nacimiento. Espero que esta última no sea la razón.
Vale aclarar que lo que extraño no son las luces ni los regalos y mucho menos la comida. Lo que me hace falta es la unión familiar que adquiríamos durante esta época. Lo que deseo que vuelva es la paz y la felicidad (sí, vuelvo a repetir este par de palabras). Quiero que retomemos nuestro camino hacia Belén, que sepamos reconocer la estrella del Cielo que nos conducirá a Jesús. Yo sé que no solo mi familia está experimentado esto, puesto que hay muchos que ya no le toman tanto significado a la Navidad. Reaccionemos todos y evitemos que “el nacimiento esté más pequeño”.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola

Me llamo Alejandra y soy administradora de un directorio web/blog y me ha gustado mucho su sitio.

Me gustaría contar con su sitio en mi directorio, a cambio solo pido un pequeño enlace a mi página de películas, ¿Qué le parece la idea?

Mi correo es: ale.villar@hotmail.com

Un beso! y SueRte con su BloG!

Marta Hernández dijo...

Los niños son la mayor bendición, ellos lo iluminan todo a su alrededor.

Principito dijo...

¡Gracias por animarte a comentar y a compartir tus ideas en el blog!
Opino igual: Los niños irradian felicidad y paz

¡Estamos al contacto!

Mari dijo...

En casa de mi madre paso lo mismo...
Cuando eramos pequeños poniamos el nacimiento en la terraza, y rezabamos para que nevara y las macetas cubiertas de musgo se volvieran blancas...
Las plantas de las macetas eran los bosques donde estaban don quijote y sancho panza con sus molinos, en otro herodes con su gran castillo, en otro, cerca de algun rebaño un lobo al acecho...
Los pitufos estaban más cerca del portal, con su casita seta... En el rio y el lago, siempre había agua y labanderas...
Nunca faltaban todos nuestos muñecos de goma, incluidos Asterix y Obelix...
Cuando fuimos adolescentes, el Nacimiento dejo de tener muñecos de goma, solo los tipicos muñecos... y se cambio de sitio... se seguia poniendo a principios de diciembre y cada noche que saliamos, al llegar a casa, cambiabamos las figuras de sitio... los camellos eran sustituidos por el lobo, un cerdito y una oveja, la mula aparecia en el bosque, a San Jose, le apetecia ponerse a hacer pis detras del portal... en fin...
Ahora que estamos los 5 hermanos fuera de casa, el nacimiento es la mula, el buey, María, José y el niño...
Y lo pone mi madre ella sola... lo que intenta es poner el arbol con mis sobrinos, y parece que la navidad nos vuelve a acompañar otra vez!!!
Volvemos a tener ilusión!!!!
Un saludo

Principito dijo...

Gracias, Mari, por animarte a comentar y a seguir este principito. Te lo agradezco mucho.

Espero que nos sigamos leyendo, y por supuesto, siempre con mucha ilusión

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