En el parqueo de la Estación II de Policía los propietarios de
una motocicleta que recién se accidentó, discuten al filo de la medianoche. La
mujer se oye desesperada y enojada. El hombre, que se protege del frío con una
chaqueta de cuero y que esconde la mirada tras unas gafas oscuras, se oye más
tranquilo. Ella, de cabello largo y alborotado, viste con una camiseta morada
descolorida, unos jeans azules y unas sandalias de gancho.

Una más que va a parar al parqueo donde ya hay por lo menos una
docena de motocicletas.
Refunfuñan, pero firman los papeles que les extiende el policía.
“Sé que está dañado y todo, pero por lo menos le va a servir a
los niños para que jueguen”, afirma, el hombre de las gafas tras recoger el
casco.
El oficial de aspecto narcisista le habla
al otro involucrado en el accidente. Lo despide con un “dale pues, caballo”,
que huele a camaradería. El muchacho no termina de oírlo cuando ya estaba
enganchado sobre su moto con el mis. Tras su salida, el agente partió a su
oficina, y la sala de espera y el estacionamiento volvieron a quedarse sin
gente.
Tranquilidad. Inactividad. Quietud. La tristeza, producto de un
aburrimiento frustrante, predomina al igual que el frío del entorno. El impacto
del viento contra unas deterioradas paredes se oyen sin esfuerzo. El ruido de
los bichos, desde los terrestres hasta los voladores, atemoriza con cierta
tonalidad fúnebre. Así es el ambiente de la Estación II de Policía en este
jueves que acaba. Pero así parece ser aún de día. Esta delegación es
considerada una de las más calmas de la ciudad. En lo que va del año solo ha
muerto una persona por accidentes de tránsito, a pesar que en ese territorio se
inscriben sectores como la cuesta El Plomo, y la transitada avenida de Linda
Vista.
Esta delegación policial vela porque haya seguridad a lo largo y
ancho de 18. 05 kilómetros cuadrados en los que se encuentran distribuidos 106
barrios, y en el que vivían 144, 538 habitantes, según datos de un censo en
2001.
Los Martínez, Acahualinca y la calle ancha que atraviesa el
barrio Cristo del Rosario, son algunos de los que le roban la calma a la
estación. En esa zona merodean algunas pandillas, lo mismo que una banda de
motorizados se mueve en la avenida de Monseñor Lezcano.
Son 280 los policías que brindan sus servicios en este sector,
pero apenas son 30 los que están de turno este jueves. Eduardo López, agente
investigador, es uno de ellos. Viste con una camisa azul y con insignia cocida
a la altura del pecho, un silbato colgado del cuello, un pantalón negro, una
gorra azul oscuro y un par zapatos negros. Luce un poco agotado y desarreglado.
Es comprensible pues su jornada laboral empezó a las siete de la mañana. Cumple
con un turno de 24 horas consecutivas. Luego descansará dos días.
Sus estudios superiores en Ciencias
Policiales le sirven muy poco esta noche que funge como recepcionista. Detrás
del escritorio atiborrado de papeles, se muestra risueño y amigable. A toda
costa, intenta no morir de aburrimiento. Sintoniza el Sportscenter, de la señal
de ESPN, en un televisor que cuelga de la pared y que apenas sirve. El
televisor no es lo único ruinoso. Los computadores son antiguos y están
recubiertos de polvo y manchas negras. Los aires acondicionados solo funcionan
como elementos de utilería. Un buzón oxidado de quejas y sugerencias se sitúa
en un olvidado rincón de la sala de espera. El piso, gastado y rojizo, parece
haber sido limpiado con ahínco hace ya varios días. Quedan huellas de todos los
tamaños en los ladrillos.
La sala de recepción es bastante amplia. En medio hay un pequeño
jardín y unas pequeñas bancas de madera adosadas a las paredes. El que no
quiera sentarse puede echarle un vistazo a los murales del sitio, plagados de
carteles que relatan los logros solidarios del gobernante, Daniel Ortega, y su
esposa, Rosario Murillo, con su sonrisa eterna. También hay espacio para Hugo
Chávez, el presidente de Venezuela. Se leen unas palabras de aprecio y deseos
de recuperación por sus problemas de salud.
También hay espacio para un anuncio de “Se busca”. Uno de
aquellos recuerda a las películas de El Viejo Oeste en que los maleantes eran
temerarios como el mismo demonio. Allí está la foto de Reynaldo Aburto Zelaya
Moreno, hondureño que, fingía ser nicaragüense y estafaba y robaba a su antojo.
“¡Cuidado con él”, advierte el cartel sobre todo a los empleados de Aduanas,
que es donde operaba el hondureño.
En el parqueo de la estación hay una patrulla –la única con la
que se cuenta durante esta noche-, una camioneta plateada de lujo, desbaratada
en el lado izquierdo, y alrededor de una decena de motocicletas, de toda clase
de tamaños y estilos. Tanto la camioneta como las motocicletas han sido
confiscadas por el Departamento de Tránsito.
Las paradojas no faltan en esta Estación que en sus afueras
exhibe un teléfono público que podría ser de gran utilidad para las llamadas de
urgencia, si no fuera porque la bocina y el cable fueron arrancadas de la base
del teléfono. Irónico que esto pasa en las narices de la estación policial. Tal
vez sea más irónico que no funcione, porque en el fondo allí a nadie le urge
utilizarlo.
Crónica urbana de Managua 24 horas (Clickear aquí para ver el resto de crónicas de este proyecto)
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