Ser joven y pobre: Una desgracia pendiente

La ruta 114 se encontraba en medio de su recorrido, y  los pasajeros trataban de gozar un buen viaje entre tanta incomodidad. Fue allí cuando Flavio, un limosnero que no supera ni siquiera el cuarto de edad, abordó la deteriorada unidad. De no haberle preguntado su edad, no hubiera adivinado que contaba con 14 años de vida, ya que su lamentable condición de enclenque y desnutrido matiza su apariencia. Sucio y despeinado era como lucía, y un par de shorts con agujeros, unas chancletas descoloridas y una camisa ajustada le acompañaban  su físico. “Como te vistas, te juzgarán” menciona un despiadado y materialista refrán, el cual, lamentablemente, se aplicó en el pequeño pedigüeño. Las miradas de desconfianza se asomaron sobre él, y alguna que otra dama sujetó su bolso con más fuerza y seguridad  de  la que le imprimían antes de verlo.  

No se comportó como aquellos oradores fanáticos que utilizan palabras bonitas y decoradas para conseguir un propósito, él en cambio, como muy buen mudo, no pronunció palabra alguna a los pasajeros. A lo mejor presentía que la mayoría trataría de ignorarlo fingiendo una plática amena con su compañero de asiento, o simulando escuchar música,  o quizá creyó que el conductor no le bajaría el volumen a las canciones promiscuas que reproducía su radio, sin embargo yo creo que su silencio se debió a la falta de una buena expresión oral,  y sobre todo, de confianza en sí mismo. No se le puede culpar, apenas cursó hasta primer grado, y su tiempo no lo ocupa para aprender las tablas de multiplicar o leer por lo menos alguna historieta, por cuestiones de la vida, su tiempo libre y secuestrado lo ocupa para andar de ruta en ruta pidiendo míseras monedas. Necesito su colaboración. Prefiero pedir para comer, antes que robas. Muchas Gracias” anuncian unos trozos de papel que entrega a cada uno de sus pasajeros, o al menos a aquellos quienes tienen la cortesía de aceptarlo. Para ahorrar papel, y sobre todo dinero, los pide devuelta con su respectiva colaboración. Terminado todo este proceso baja del bus en la siguiente parada, y asoma su conmovedora vista al ocaso. Es extraño Flavio no sonrió en ningún momento, y solo me hizo pensar en “¡qué tan profunda e irremediable será su miseria y tristeza!”
Pero bueno, ¿cuál es el fin de todo este ritual? Recaudar alrededor de C$80 para entregárselos honradamente a su mamá, y de esta manera podrá adminístralos en el almuerzo diario de ambos. Así de noble es lo que hace. Su madre, soltera desde hace mucho tiempo,  trabaja como lavandera, pero su lastimada mano izquierda le está imposibilitando continuar con esta labor. El futuro de Flavio está incierto, y lo único que se sabe con claridad es que el sufrimiento puede que no se le aparta.

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